Los políticos alemanes se encontraban ante el dilema de que algunos de sus mejores atletas eran judíos, lo que les situaba en la encrucijada de dejar de ganar medallas en nombre de Alemania o bien admitir que estos deportistas podían estar entre los mejores del mundo y representar el país germano en competiciones internacionales. Ante la amenaza de boicotear los juegos de algunos países como Estados Unidos, se ven obligados a permitir su presencia en los equipos de cara a la galería internacional, con la convicción interna de no dejarles competir finalmente.