Después de treinta y tantos años de vicisitudes, Lázaro se ve en la obligación de demostrar ante la justicia que su forma de vida responde a la necesidad de escapar del hambre y no al deseo de cometer delitos. A lo largo de su encendida declaración, Lázaro mezcla pasado, presente y futuro con la intención de divertir a su auditorio; tejiendo, al mismo tiempo, un tapiz de tipos y costumbres de la época y tratando con igual socarronería a clero, poder y pueblo.