Construido en 1954, el majestuoso trasatlánti-co Antonia Graza era el orgullo de la naviera italiana. El barco, una imagen de moderna y elegante sofisticación, era una auténtica obra de arte. Los servicios que proporcionaba a sus pasajeros aseguraban que disfrutasen de un lujo incomparable du-rante su estancia en el mar; cuando los huéspedes no estaban re-lajándose en sus espaciosos camarotes, podían hacer vida social en uno de los elegantes salones, disfrutar de los deportes y rela-jarse en las amplias cubiertas del trasatlántico, o darse un refres-cante chapuzón en la majestuosa piscina. El centro del Antonia Graza era su lujoso y espléndido salón de baile, en el que las pa-rejas bailaban durante toda la noche a los románticos compases de una orquesta en directo. Los chefs trabajaban día y noche en la co-cina preparando magníficos platos de cocina italiana que se servían en el elegante comedor del barco, y los atentos miembros de la tri-pulación estaban siempre disponibles, dispuestos a proporcionar a sus huéspedes cualquier cosa que deseasen. Era realmente el via-je de una vida. Pero cuando el Antonia Graza zarpó para Norteamé-rica en la primavera de 1962, sus pasajeros no eran conscientes de la terrible desgracia que pronto les sucedería, sellando sus desti-nos y asegurando que este viaje fuera el último que hicieran…