Los vikingos de la Europa de los siglos VIII y IX adoraban a Odin, dios pagano de la guerra, quien guiaba sus pasos por los mares cada vez que emprendían la conquista de un país. Dos de estos hombres valientes, Einar y Eric, hijos ambos del rey Ragnar -aunque ninguno conocía su parentesco-, se odiaron durante toda la vida, pero se vieron obligados a unir sus fuerzas para rescatar de Inglaterra y de su rey a la princesa Morgana, a la que ambos amaron desde el primer momento.